Los inviernos en la calle Castelli eran fríos, las hojas de los árboles cubrían las veredas de las casas, el silencio se paseaba por las tardes, la claridad se apoyaba sobre las ramas del paraíso. Los domingos por la tarde me juntaba con mis amigos del barrio, estaba el gordo Gonzalo, que vivía a dos casas de distancia, y enfrente estaba Martín. Jugábamos a la pelota en la calle, armábamos dos arquitos con piedra y corríamos hasta que nos salía humo del cuerpo. Cuando el sol empezaba a esconderse nos quedábamos en el cordón de la vereda de la casa de Cirilo, viendo como el viento levantaba los granos de arena y los distribuía por las nubes hasta que escuchaba el grito de mi mamá, diciéndome que ya era tarde. Las calles de Maschwitz son de arena. En la primavera de 1993 un vecino salió a correr por la mañana y se encontró con una fosa de tres metros, que había sido cavada por la municipalidad para aliviar las inundaciones de un arroyo cercano. Esta fosa llamó su atención y se qu...