Los inviernos
en la calle Castelli eran fríos, las hojas de los árboles cubrían las veredas
de las casas, el silencio se paseaba por las tardes, la claridad se apoyaba
sobre las ramas del paraíso. Los domingos por la tarde me juntaba con mis
amigos del barrio, estaba el gordo Gonzalo, que vivía a dos casas de distancia,
y enfrente estaba Martín. Jugábamos a la pelota en la calle, armábamos dos
arquitos con piedra y corríamos hasta que nos salía humo del cuerpo. Cuando el sol
empezaba a esconderse nos quedábamos en el cordón de la vereda de la casa de
Cirilo, viendo como el viento levantaba los granos de arena y los distribuía
por las nubes hasta que escuchaba el grito de mi mamá, diciéndome que ya era
tarde.
Las calles de
Maschwitz son de arena. En la primavera de 1993 un vecino salió a correr por la
mañana y se encontró con una fosa de tres metros, que había sido cavada por la
municipalidad para aliviar las inundaciones de un arroyo cercano. Esta fosa
llamó su atención y se quedó mirando una gran piedra que sobresalía, se acercó
y se dio cuenta que se trataba de un montón de hueso, enseguida se dirigió a la
municipalidad para informar lo sucedido. Resulto ser que esos huesos
pertenecías a una ballena de más de 43 metros. Este hecho dio el indicio que cuando arribaron
los españoles Maschwitz era parte del océano. Después de saber este
descubrimiento entendí muchas cosas de mi comportamiento. Como quedarme parado
frente al río o quedarme en silencio escuchando la lluvia. Mi papá cuando
llovía, agarraba una silla de la cocina, abría la puerta y se sentaba a mirar
como las gotas caían sobre el pasto. Su mirada se perdía sobre el patio donde
el agua de los charquitos brillaba entre la tierra. La tibieza estaba en el
aire y él lo sabía. El silencio de la lluvia era una armonía necesaria para mi
padre. Pienso que todos tenemos una relación especial con el agua. Hace poco
descubrí que por donde vivo pasaba el arroyo Maldonado. El agua siempre se
filtra cuando uno está perdido. El agua nos transporta inevitablemente a
nuestra infancia. El poeta Viel Temperley en su poemario “El nadador” dice: Soy
el nadador señor, soy el hombre que nada/ hasta las lluvias/ de su infancia, /
que a las tardes crecían/ entre sus piernas salpicadas/ como alto y limpio
pajonal que aislaba/las casonas/ y desde sus paredes/ celestes se ensanchaban. El
agua es una forma del paisaje, nos atraviesa el cuerpo, se filtra por nuestros
pensamientos. El agua es un medio para volver hacia mi infancia. Vuelvo al
cordón de la vereda de la calle de Cirilo y veo como el humo de mi cuerpo sube
hasta las nubes, entonces me doy cuenta que el agua nunca permite el olvido…
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