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La primera vez que vi

 


El aire se pasea por la sala, la fila de las butacas rojas está expectante. Entra el hombre vestido de adulto. Piensa en sus recuerdos. El hombre sabe que la memoria es su antigua enemiga. La luz comienza a bajar como en cualquier atardecer. El tiempo se detiene. La pantalla se enciende. El hombre abre los ojos. Los besos se pasean por el aire. Las miradas se entrecruzan. Una lágrima se asoma. El hombre por fin despierta.    

Así termina Cinema Paradiso. Una película que fue reencuentro con mi infancia, un recordar, un volver a pasar por el cuerpo. El final más conmovedor de la historia del cine. Henri Bergson decía que la realidad es un movimiento y que la realidad no “es” sino que deviene, la realidad es movimiento puro. Algo en mi se movió cuando termine de ver Cinema Paradiso, produjo un desplazamiento, un puro movimiento . Volví a mis ocho años, cuando me subía arriba del galponcito de la casa mitre y me quedaba viendo el atardecer. Volví a mirar las hormigas en la casa de mi abuelo hasta que atravesaban la reja verde y luego recuperaba la razón. Volví a mirar las hojas verdes del paraíso de la esquina. Volví sobre mis primeros pasos. Un movimiento hacía mi infancia donde el mirar era más importante que el pensar…

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