Desde hace un tiempo la comida peruana ha sido llamado el
“boom” gastronómico. Cabe destacar que por varios años consecutivos fue elegido
por World Travel Awards como mejor destino culinario del mundo. Pero ha sido un
reconocimiento por años de investigación, innovación de platos, una mezcla de
su cultura que da como resultados una fusión de sabores y aromas. Sentí esa
fusión de sabores cuando vi la película dirigida por Melina León, Canción
sin nombre.
Es una historia basada en hechos reales, se centra en la
historia Georgina, una mujer indígena embarazada que va a dar a luz en una
clínica gratuita cuya publicidad ha escuchado en la radio, donde es engañada
por una mafia que tiene la intención de robarle al bebé.
La película habla sobre el problema de inmigración, las
trampas del sistema judicial, donde sólo existe para unos pocos privilegiados,
la ineficiencia policial o mejor dicho la eficiencia de voltear la cabeza para
otro lado. En medio de este caos político Georgina va a conocer a un periodista,
Pedro Campos, que va emprender una investigación exhaustiva junto a la joven.
Sus planos largos, el manejo del tiempo del espacio hacen
que sea una película visualmente hermosa. La fotografía está a cargo de Inti
Briones. Por momentos me hizo acordar a Roma por sus similitudes del blanco y
negro.
Canción sin nombre no solo muestra las deficiencias
del estado, sino también la fuerza de la cultura peruana, como puede verse en
las escenas iniciales con la fiesta de Pachatinkka.
Hasta mediados del siglo pasado, el menú del palacio de
gobierno era de raíces francés, hasta el menú se redactaba en francés. Al
ceviche, el plato de insignia culinario solo se daba en los mercados populares
y mesas de clase andina. ¿Cuál ser a el destino del cine peruano?
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