Tomar una fotografía es participar de la mortalidad de otra persona, vulnerabilidad, mutabilidad. Precisamente por corte de este momento y congelarlo, todas las fotografías son testimonio de fusión implacable del tiempo.
Hasta no hace mucho tiempo, mediante a la
fotografía cada familia construía un testimonio de sí misma, un álbum de fotos
mostraba la firmeza de los lazos familiares. Esas huellas espectrales, las
fotografías, constituyen una reconstrucción del pasado, una posesión
imaginaria. Pero ¿qué lugar ocupa hoy la fotografía? Es cierto que en otros
tiempos era más difícil acceder a la fotografía, pero hoy es más accesible,
cualquier celular tiene cámara, pero ¿A dónde van esas fotos? Sí, a Instagram.
La fotografía documenta
la secuencia de consumo realizado: viajes, comidas amigos, actividades
deportivas. El acto fotográfico es una necesidad. La fotografía se ha
transformado en uno de los medios principales para dar una apariencia de
participación. Estamos en una época que todo el tiempo nos bombardean con
imágenes, la fotografía se perdió como la conocíamos. Desaparecieron los
álbumes familiares. Las huellas espectrales fueron absorbidas por las redes sociales.
Necesitamos más imágenes, necesitamos tenerlo todo. Las imágenes terminan devorándonos.
Tenemos una necesidad de capturar la realidad para convertirla en pasado. Susan
Sontag dice «Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en las imágenes.
Necesita procurar muchísimo entretenimiento con el objeto de estimular la compra
y anestesiar las heridas de clase, raza y sexo. Y necesita acopiar cantidades
ilimitadas de información para poder explotar mejor los recursos naturales e incrementar
la productividad.»
Me pregunto cómo se relacionarán
las próximas generaciones con la fotografía ¿acaso sólo existirán las imágenes como
mera herramienta de consumo? Sólo se trata de libertad pero de libertad para
consumir pluralidad de imágenes.
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