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La primera vez que (me) perdí


 

Lo que te da terror te define mejor,
no te asustés, no sirve, no te escapés, volvé
Volvé, tocá, miralo dulcemente esta vez,
que hay tanto de él en vos pero hay más de vos en él

Gabo Ferro

La primera vez que fumé fue frente al mar, tenía doce años. Fue durante unas vacaciones familiares. Entré sigilosamente a la cocina mientras todos dormían, miré el paquete de cigarrillos que estaba sobre la mesa del comedor, lo abrí con mi pulgar derecho y elegí un cigarrillo al azar. Lo guardé en el bolsillo de mi campera; luego me acerqué a la cocina y tomé el encendedor que estaba arriba de la mesada. Salí caminando hacia atrás. Sabía que la primera vez que iba a fumar tenía que ser diferente. La casa estaba a una cuadra del mar. Caminé despacio mientras la arena se metía entre los dedos de mis pies. Era una noche estrellada y casi no había viento. Estaba agitado, temblaba más por mi gesto que por la noche.

Llegué a un banco blanco que estaba frente al mar, me senté, puse el cigarrillo en mi boca mientras las olas rompían en la orilla. Puse mi mano encima del cigarro y lo encendí con una leve llama. La punta del cigarrillo comenzó a crujir y el humo a formar una nube que lentamente se iba perdiendo sobre el horizonte. Al igual que el humo, yo me había perdido en ese mismo lugar cuando tenía ocho años. Mi abuela me había pedido que fuera a comprar leche para desayunar. El almacén quedaba a la vuelta de la casa, pero de todas maneras me perdí. Hasta el día de hoy siento la desesperación de aquel momento.

¿Por qué tenemos tanto miedo a perdernos? En el poema de Elizabeth Bishop “Un arte”, ella dice: “El arte de perder se domina fácilmente / tantas cosas parecen decididas a extraviarse / que su pérdida no es ningún desastre.” Desde que somos niños nos enseñan a no perdernos, a no equivocarnos, a no fracasar, a no tener miedo. «No perderte nunca es no vivir, no saber cómo perderte acaba contigo», dice Rebecca Solnit en su libro Una guía sobre el arte de perderse.

Recuerdo que cuando terminé mi carrera universitaria quería aprender a tocar el piano, y la mayoría de mis conocidos me decían: «¿Te parece? ¿No estás grande para estudiar piano? Eso hay que hacerlo de chico». Pero no eran comentarios malintencionados, eran por miedo. Miedo a perderse. Es así que nos cuesta tanto salir del camino de lo conocido. Hoy en día todos los celulares tienen GPS, ya nadie se pierde. Entonces, ¿se puede uno perder en el siglo XXI? ¿A qué se refiere el concepto de "perdido"? Esto nos responde Rebecca Solnit: «Perdido tiene dos significados diferentes. Perder cosas tiene que ver con la desaparición de lo conocido; perderse tiene que ver con la aparición de lo desconocido. Hay objetos y personas que desaparecen de tu vista, tu conocimiento o tu propiedad.»

Hay que entrenarse para perder; ninguna pérdida nos llevará al desastre. Elizabeth Bishop dice: “Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aún más: algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente. Los extraño, pero no fue un desastre.”

Después de mucho tiempo me di cuenta de que la primera vez que me perdí no fue yendo al almacén, fue aquella vez que fumé mi primer cigarrillo en la playa. Me perdí como el humo, disipándome entre las nubes.

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