Ir al contenido principal

Recuerdos de una noche de verano

 



No esperar el más allá ni mirar la otra orilla,

solo el afán de no degradar la muerte

y servir, adiestrarse en lo terrestre

para no ser nuevos en sus manos.

 

Rainer Maria Rilke


Mi papá siempre me dice que cuando el muera quiere que lo cremen y tiren sus cenizas en la plaza de su pueblo.Hace unos días vino a visitarme. Me trajo un montón de plantas por que se mudaba a una casa más chica. Me dijo: “estuve pensando y cambie de opinión, cuando me muera quiero que pongan mis cenizas en una maceta y siempre la lleves donde vayas.”Me hizo acordar a una película argentina que vi esta semana “Nocturna”. Es la historia de Ulises, interpretada por el gran Pepe Soriano, un hombre de casi cien años que vive extrañas circunstancias a lo largo de una noche. El film habla de la relación que tenemos con la muerte, la soledad y sobre todo, sobre los recuerdos. La palabra “recuerdo” es una de mis palabras preferidas, viene del latín “recordari” formado de re (de nuevo) y cordis (corazón). Significa volver a pasar por el corazón. Podríamos decir que es una película sobre los recuerdos. Ulises sufre pérdida de la memoria, pero al mismo tiempo lo reconecta con su niño interior, pareciera que es lo último que le queda para poder enfrentar lo que de grande no se animó.

¿Qué seríamos sin los recuerdos?

Antonio Porchia contesta esta pregunta en su libro “Voces”

“Quien conserva su cabeza de niño, conserva su cabeza”

y en una de sus últimos poemas termina con:

“El recuerdo es solo un poco de eternidad”


Comentarios

Entradas populares de este blog

Una voz solamente

Hace poco me mudé a un departamento en el barrio de Colegiales. El departamento está en un primer piso. Lo que más me sofoca de este departamento es la vista. Antes mi escritorio estaba frente a un ventanal en un sexto piso, donde todas las mañanas veía como los pájaros cruzaban de cielo a cielo, como las hojas caian verticalmente  y tapizaban con su paleta de colores los autos que rodeaban la vereda de la ciudad. Los domingos se escuchaba el chirrido de las hojas por el asfalto. La vida de la ciudad transcurría frente a mi ventana. Ahora en cambio mi mirada se clava en una pared blanca que proyecta el silencio; el sonido de mi interior retumba en el espacio, las ondas sonoras nunca se pierden, chocan entre sí.    Miro a mi derecha y me reflejo en la ventana, a veces el vidrio tiembla por el río de motores de la calle Zapata; miró hacia abajo y veo mis dedos largos y huesudos caer lentamente sobre el teclado. Todavía no reconozco los árboles de la cuadra ni tampoco he visto un solo páj

Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia

En la esquina de mi barrio hay una vinoteca que se llama Pádico; está atendida por dos hermanos, Diego y Pablo.  Diego es el más serio de los dos, tiene pinta de ser el que lleva los números; Pablo es un vendedor nato, sabe a la perfección la característica de cada vino. Él puede recomendarte el vino indicado con tan solo una pregunta. ¿para qué estás? Siempre que voy, me quedo pensando en esa pregunta. Cuando quiero saber para qué estoy, agarro el tomo verde de Montaigne que está sobre mi escritorio; abro una página al azar y leo la primera frase. La última vez que me pasó esto, la frase decía: “La fuerza de la costumbre forja el cuerpo”. Esto me hizo pensar que la costumbre está asociada a un lugar de pertenencia y esto es fundamental para los tiempos que corren. El lugar de pertenencia se perdió en estos tiempos de sentimentalidad capitalista, donde prima el individualismo, y los imperativos de la alegría. Todo el tiempo nos obligan a construir nuestro propio bienestar. Es por eso q

La primera vez que (me) perdí

  Lo que te da terror te define mejor, no te asustés, no sirve, no te escapés, volvé Volvé, tocá, miralo dulcemente esta vez, que hay tanto de él en vos pero hay más de vos en él Gabo Ferro La primera vez que fumé fue frente al Mar, tenía doce años. Fue durante unas vacaciones familiares. Entré sigilosamente a la cocina mientras todos dormían, miré el paquete de cigarrillos que estaba sobre la mesa del comedor, lo abrí con mi pulgar derecho y elegí un cigarrillo al azar, lo guardé en el bolsillo de mi campera, luego me acerqué a la cocina y tomé el encendedor que estaba arriba de la mesada. Salí caminando hacia atrás. Sabía que la primera vez que iba fumar tenía que ser diferente. La casa estaba a una cuadra del Mar. Camine despacio mientras la arena se metía entre los dedos de mis pies. Era una noche estrellada, el canto de los grillos se mezclaba con el rumor de las olas. El viento estaba calmo, aun así, me estremecía. El corazón me latía más fuerte que de costumbre, estaba nervio