Hay películas malas que pueden dejarnos una enseñanza
como por ejemplo “Un buen día”. Es una película de Nicolás Del Boca
protagonizado por Aníbal Silveyra y Lucía Polak. Es la historia de dos
argentinos que viven en estados unidos. Se conocen en una cafetería y
establecen una amistad que se transformará en un romance. Manuel se había ido
del país por la debacle vivida en 2001 y Fabiana estudiaba abogacía allí. Los
diálogos son tan inverosímiles que causan risa, pero hay una escena icónica en
la que hablan del tiempo. “Alguien esta haciendo tiempo con nosotros” dice el
personaje de Lucia y el personaje de Manuel le responde “El tiempo es todo el
tiempo.” Este diálogo que podría haberse sacado de un sketch de capusotto me hizo
recordar la relación que tuve con mi tío Walter. Él se
había ido a vivir a Buenos Aires cuando era adolescente. Allí, trabajó de
personal trainer, de seguridad, hasta trabajò de stripper. A mi tío lo
vi pocas veces en mi vida, pero dejó palabras que todavía resuenan en mi
cabeza. La última vez que lo vi fue durante el otoño en el Hospital Muñiz. Era
sábado, el sol se estaba yendo detrás de los edificios. En la entrada principal
había una fuente vacía. Todavía recuerdo el chirrido de las hojas mientras
esperábamos para verlo. Mi Abuela me tomó de la mano y me llevó hasta donde
estaba Walter. Ella caminaba lento, tenía la espalda encorvada. Yo la seguía
por los pasillos angostos. La luz fría me estremecía. Miraba las habitaciones. algunas vacías con la cama deshecha y en otras había hombres que miraban la
pared como buscando un punto fijo. Mi Abuela decía que enfrente de la
habitación de Walter había un hombre que estaba solo, nadie lo venía a ver y mi
tío le gritaba desde su habitación: “te presto un rato a mi
mamá”. Entre a la habitación y ahí estaba Walter con los ojos
semicerrados con paredes que proyectaban el silencio sobre su cuerpo. Le tomé
la mano, y le dije que lo quería y me fui. Al otro día regrese con mi primo,
estaba sentado en la cama de su habitación. Yo sabía que esa lucidez, era el
último respiro antes de la muerte. Le dije que el poco tiempo que habíamos
pasado juntos me había dicho palabras que me marcaron para siempre y él me dijo
que habíamos aprovechado bien el tiempo ¿A dónde va el presente cuando se
convierte en pasado? ¿Dónde está el pasado? se preguntaba Wittgenstein. Me
pregunto ¿Qué es el tiempo? e inmediatamente me recuerda la definición de San
Agustín “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si
quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin
vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada
sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo
presente.” Hay que aprovechar el tiempo, una frase que escuchamos seguido.
¿Pero de qué manera se aprovecha el tiempo? El tiempo se diluye, ya no hay tiempo para la pregunta,
Todo termina rápidamente, pero ¿cuánto tiempo es necesario? Paul Valéry dijo
una vez “¿Hay alguna cosa humana importante que realmente se termine? ¿Hay
alguna vida de hombre que esté terminada en algún momento? ¿Hay algún amor que
se complete del todo? Un poema no se termina, se abandona.” Tal vez esa sea una
de las finalidades del poema salvar al hombre del vacío, salvarlo del tiempo.
Esa tarde de otoño que vi a mí tío por última vez, intenté sostener su mirada
con la mía, allí estaba un hombre lleno de historias, reía, temblaba. Pero el
mundo no se detenía. Los sueños dejaban estelas de realidad. Me fui con una
caricia, porque la caricia enseña a la mano que todo está en orden. Caminé
hacía el jardín del hospital y me senté en un banco, me quedé
mirando las esqueléticas ramas del otoño, hasta que la claridad tambaleó y
pensé “así que este es el gran silencio del tiempo”. Me di cuenta que Valery
tenía razón, la voz de mi tío nunca se apagó.
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