Ir al contenido principal

Un paseo por la (in) felicidad




El dolor no nos sigue: camina adelante

Antonio Porchia

 

Los lugares donde más leo son en el transporte público. Me gusta leer en movimiento. Mi ritmo de lectura lo marca los sonidos del bondi, con sus frenos cristalizados, con el timbre agudo de la puerta de atrás, con algunas voces que pasean por los asientos. Me gusta dejar una página a la mitad y mirar un árbol mientras reflexiono alguna frase que me llamó la atención, después subrayarla , hacer una línea torcida y anotar una palabra al margen. Hace poco termine de leer el libro de Sara Ahmed: “La promesa de la felicidad”. En uno de los primeros párrafos la autora se pregunta por el origen de la palabra happy, en un principio es tener buena fortuna, ser una persona con suerte, nos dice. Durante todo el libro la autora va a retomar esta “vieja” definición, y va plantear de qué manera podemos devolverle el carácter de fortuna a la felicidad. La finalidad del libro, creo yo, es hacer una política de la fortuna. ¿Qué implica una política de la fortuna? Ella dice “Una política de la fortuna procura abrir posibilidades de ser de otra manera, de ser quizá.” Podríamos decir que abrir posibilidades significa abrir una puerta a la infelicidad. Para Spinoza, Llamamos bueno o malo lo que es útil o perjudicial para la conservación de nuestro ser, esto es, lo que aumenta o disminuye, favorece o reprime nuestra potencia de obrar. Si un objeto nos afecta de buena manera es bueno para nosotros. Un ejemplo podría ser la película de Abbas Kiarostami “El sabor de las cerezas”. Se trata de un tipo de mediana edad que quiere suicidarse. Su única preocupación es que lo ayude a enterrarlo cuando este cumpla su cometido. Aparecerán distintos personajes a lo largo de la trama, un soldado, un religioso y por último un taxidermista que luego de un diálogo formidable, le dice que él estuvo a punto de suicidarse. Le dice que se había ido a una plantación de cerezas, había arrojado la soga a un árbol, pero de repente sintió algo blando en su mano: cerezas, comió una y se dio cuenta como el sol se levantaba sobre la montaña. La cereza le había salvado la vida. Para el taxidermista las cosas actuaran de otra forma. Podríamos decir que ser afortunado es hacer el acontecimiento, actuar de otra manera. Sara Ahmed considera que la felicidad mantiene su lugar como objeto de deseo. La felicidad puede ser tanto aquello que queremos como un modo de obtener lo que queremos, e incluso un signo de tener lo que queremos. Si somos felices, estamos bien o hemos hecho las cosas bien. La felicidad puede ser además un juicio por el cual determinamos que otros están haciendo las cosas bien, sin necesidad de dar por sentado que conocemos la interioridad de esos otros, o si quiera que su existencia implique cierta interioridad. ¿Por qué la felicidad no puede ser un modo de ir contra la corriente? La felicidad termina siendo un mandato moral. ¿Pero dónde habita la felicidad? Durante mucho tiempo pasé año nuevo en Colonia, Uruguay. Fui unas vacaciones a un hostel que se llamaba “Sur” y me hizo muy amigo de sus dueños, Martín y Nacho. Entablamos una gran amistad que conservo hasta el día de hoy. Martin me contaba que todos los turistas le preguntaban qué era lo más lindo que tenía colonia y él les respondía que lo más lindo de colonia era estar. Una manera de habitar el espacio, entregarse a lo que pasa. En el último párrafo del libro Sara Ahmed concluye :Una política de la fortuna se entrega a lo que pasa, pero también avanza hacia un mundo en el que las cosas pueden pasar de otra forma. Hacer fortuna es hacer un mundo. Quizás una manera de hacer una política de la fortuna sea estando en movimiento.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Las cosas que perdemos en el mar

  Antes de irme de vacaciones soñé con la palabra “anhelo”. El sueño consistía, básicamente, en que me sorprendía la belleza de dicha palabra. Apenas me levanté, fui a buscar su etimología. Su significado es “el deseo intenso de conseguir algo” y proviene del verbo anhelare , que significa “respirar con dificultad, jadear”. La palabra me acompañó durante todas mis vacaciones en la costa atlántica. Este año me separé pocos días antes de viajar, por lo cual decidí irme con mis padres. Hacía mucho tiempo que no compartía vacaciones con ellos. Hace un año que mi padre está obsesionado con correr; encontró en ello un universo que lo convoca, que le da vitalidad. Si yo escribo para existir, mi padre corre para pensar. Los dos llevamos la palabra anhelo sobre el paladar: el deseo de lo sencillo, el deseo de mirar. Mi padre mira más allá de lo que lo rodea. Los primeros días salimos a correr por las calles de arena que rodeaban la casa y, una vez que nuestras piernas se acostumbraron ...

Notas de la ciudad

  Ya nadie se pasea por las tardes evanescentes en las calles inundadas de hollín que emanan los señores ejecutivos frente al Icon Palace Hotel sus bocas pululan pululean los más sádicos y despiadados fluidos sobre los hombros cansados de sus admiradores que caminan con sus zapatos al revés  ya nadie mire el cielo ni por asomo del reloj buscan sus obligaciónes en la saliva arrastrada de estos nabucodonosores sin corbata que patean su espina dorsal y nosotros los que somos de aquí y de allá miramos con espanto y esperamos un paso atrás otro paso atrás y caminamos adelante.

Notas de la ciudad

  Vivimos en el corazón de una ciudad que se resquebraja en la luz oblicua de un sol que solo alumbra al vecino exangüe que mira su propio ombligo ¿Qué sucede con el alma que penan las señoritas con pestañas prestadas o con aquellos muchachos que, sin querer serlo, se funden en el opérculo claro de un pescado? La agonía está a la vuelta de la esquina solo queda esperar que el corazón frío de un transeúnte se escape por la ladera interna de algún vicio olvidado en un rincón.