Cuando tenía ocho años vivíamos en la calle mitre. Una mañana me desperté amarillo. Para mi mamá que toda su vida había trabajado como enfermera el diagnóstico era evidente, hepatitis. Fuimos a la clínica Fátima y el médico confirmó el diagnóstico de mi mamá. Al principio todo no era tan malo porque iba ausentarme unos largos meses al colegio, pero también me dijeron que mi alimentación se iba a basar en galletitas de agua, mermelada de durazno, calabaza, pollo y tal vez algún bifecito si tenía suerte, y a toda esa dieta de hospital se le agregaba el reposo absoluto. Solo me quedaba estar en mi cuarto y mirar mi televisor philco de 21 pulgadas que estaba arriba del ropero. En ese tiempo era fanático del cine de ciencia ficción. Decidí escribir mi primer guión, todavía lo recuerdo. Se trataba de una invasión alienígena sobre el planeta tierra. Los extraterrestres descendían en el obelisco y en unas pocas horas se adueñaron de la ciudad. Un joven científico llamado Carlos inventaba una píldora para hacerse invisible. Había un hombre llamado Pablo que era un ex espía retirado, que lo iban a buscar para hacerse cargo de la misión. Luego de convencerlo, Pablo y un ejército entrenado tomaban la píldora invisible y derrotaban a los alienígenas. Pero la píldora tenía consecuencias. Pablo nunca pudo dejar de ser invisible y el gobierno pensaba que los alienígenas lo habían matado. Ahora me doy cuenta que mi película no se trataba de ciencia ficción. Se trataba de catástrofe. Me parece interesante pensar el cine catástrofe como la codificación de otra cosa. Así como en mi guión los alienígenas se apoderaban del obelisco, en las películas de catástrofes siempre hay una destrucción simbólica como por ejemplo la estatua de la libertad. Susan Sontag en un ensayo que se llama “La imaginación del desastre” dice: “Las películas de ciencia ficción son marcadamente moralistas. El mensaje característico se refiere al uso adecuado, o humano, de la ciencia contra su uso demente, obsesivo.” Otro valor que aparece en las películas de catástrofe es la familia. Que nos recuerda a la frase de thatcher en 1987 durante la huelga de mineros “No existe como tal la sociedad. Hay hombres, mujeres y hay familias”. Este tipo de películas siempre se resuelve de modo individual ya sea por el científico o por el héroe de la trama. Las películas de ciencia ficción reflejan poderosas angustias por la condición psicológica individual. Es lo que Mark Fisher denominó depresión anímica, hay una anomalía en común, que podemos pensarlo como ansiedad o depresión. El capital pretende corregir esta inadecuación con mecanismos de obediencia como el coaching, un operador directo sobre la subjetividad. Podríamos decir que es una forma de neutralizar el síntoma, por eso, me parece interesante pensar la catástrofe como aquello que está sucediendo, tomar el síntoma como una forma de resistencia. Tal vez la forma para enfrentar el colapso sea no tomar la píldora para invisibilidad.
Hace poco me mudé a un departamento en el barrio de Colegiales. El departamento está en un primer piso. Lo que más me sofoca de este departamento es la vista. Antes mi escritorio estaba frente a un ventanal en un sexto piso, donde todas las mañanas veía como los pájaros cruzaban de cielo a cielo, como las hojas caian verticalmente y tapizaban con su paleta de colores los autos que rodeaban la vereda de la ciudad. Los domingos se escuchaba el chirrido de las hojas por el asfalto. La vida de la ciudad transcurría frente a mi ventana. Ahora en cambio mi mirada se clava en una pared blanca que proyecta el silencio; el sonido de mi interior retumba en el espacio, las ondas sonoras nunca se pierden, chocan entre sí. Miro a mi derecha y me reflejo en la ventana, a veces el vidrio tiembla por el río de motores de la calle Zapata; miró hacia abajo y veo mis dedos largos y huesudos caer lentamente sobre el teclado. Todavía no reconozco los árboles de la cuadra ni tampoco he visto un solo páj
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