Así como los deportistas de alto rendimiento tienen una vida útil por el inexorable paso del tiempo, me pregunto qué sucede con los artistas. La muerte no nos ha exigido que le reservemos el día, dice Samuel Beckett. La muerte puede llegar en cualquier momento, sin embargo, ser consciente que la muerte nos ronda desde cierta distancia puede que interfiera en la mente del artista tardío. Creo que aquí me parece necesario separar la obra del artista, ya que las obras de arte no tienen vida orgánica que perder. ¿Pero qué le sucede al cuerpo del artista tardío? ¿Es la proximidad con la muerte lo que hace que sus obras finales tomen mayor relevancia? Cuando era adolescente, y no tanto, soñaba con ser escritor. Buscaba las biografías de los autores que me gustaban y leía a qué edad había publicado su primera obra. Recuerdo la felicidad que tuve cuando descubrí que Saramago había publicado su primer libro pasado los 50. Ese sueño la abandoné hace unos años, ahora la escritura como tal, forma parte de mi ritmo de vida, y digo ritmo porque para mí, el ritmo y la literatura están relacionados, parafraseando a Meschonic, la literatura es enunciación y ritmo. Para Adorno “lo tardío” es la idea de sobrevivir más allá de lo que resulta aceptable y normal, lo tardío incluye la idea de que uno no puede ir más allá de lo tardío. Tal vez el estilo tardío sea una forma de desafiar los límites del presente.
Hace poco me mudé a un departamento en el barrio de Colegiales. El departamento está en un primer piso. Lo que más me sofoca de este departamento es la vista. Antes mi escritorio estaba frente a un ventanal en un sexto piso, donde todas las mañanas veía como los pájaros cruzaban de cielo a cielo, como las hojas caian verticalmente y tapizaban con su paleta de colores los autos que rodeaban la vereda de la ciudad. Los domingos se escuchaba el chirrido de las hojas por el asfalto. La vida de la ciudad transcurría frente a mi ventana. Ahora en cambio mi mirada se clava en una pared blanca que proyecta el silencio; el sonido de mi interior retumba en el espacio, las ondas sonoras nunca se pierden, chocan entre sí. Miro a mi derecha y me reflejo en la ventana, a veces el vidrio tiembla por el río de motores de la calle Zapata; miró hacia abajo y veo mis dedos largos y huesudos caer lentamente sobre el teclado. Todavía no reconozco los árboles de la cuadra ni tampoco he visto un solo páj
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